miércoles, 10 de agosto de 2011

:)

Metí el laúd de mi padre en el estuche. Sentí como si estuviera robando, pero no se me ocurría nada más que pudiera recordarme a mis padres. Sus manos habían acariciado esa madera miles de veces.
Entonces me marché. Me adentré en el bosque y seguí caminando hasta que el amanecer empezó a iluminar el horizonte por el este. Cuando los pájaros empezaron a cantar, me detuve, y dejé mi bolsa en el suelo. Saqué el láud de mi padre, lo sujeté contra mi cuerpo y me puse a tocar.
Me dolían los dedos, pero toqué de todas formas. Toqué hasta que me sangraron. Toqué hasta que el sol brilló a través de los árboles.
Toqué hasta que me dolieron los brazos. Toqué, intentando no recordar, hasta que me quedé dormido.

martes, 2 de agosto de 2011

Apocalipsis.

Ayou respira con dificultad. Se acuerda de las calles de Nueva Orleans, de todas esas cacerías nocturnas y esos merodeos que han constituido su vida de gato. Sus garras se entreabren y se retraen. El murmullo de la anciana se aleja. Nota algo suave y fragante bajo sus patas. Olfatea la brisa que le cosquillea el hocico. Está impregnada de olor a flores, a tierra y a animales. Ayou abre los ojos, y contempla la llanura que se extiende hasta el infinito. A lo lejos ve a otros gatos que se pelean al borde del agua. Reconoce a su viejo amigo Ilyot, que murió en primavera atropellado por un coche. Más allá, el viejo Chawn se alisa el pelaje. Weemi y Lawan, los gemelos del Moonwalk que murieron juntos mientras cruzaban la vía del tren, surgen de entre los arbustos jugueteando. Todos sus amigos de Nueva Orleans están allí, sus viejos compañeros de merodeo. De pronto, una bella siamesa que se acerca ronroneando atrae la mirada de Ayou. Aspirando su sutil fragancia siente que lo inunda una oleada de felicidad. Miew no está muerta. Miew vive. Ayou deja escapar un maullido de alegría mientras se dirige hacia ella. Ya no le duele nada. Ya no tiene miedo.