miércoles, 21 de diciembre de 2011

Donde los árboles cantan.

Y empezó a cambiar. Su piel se volvió más oscura y rugosa y el cabello comenzó a crecerle hacia arriba de forma desordenada. Sus pies se hundieron en la tierra, sus brazos se alzaron hacia el cielo, buscando la vivificante luz del Sol.
Corrió hacia el gritando su nombre, mientras el muchacho era cada vez menos humano, mientras de su pelo y sus dedos brotaban hojas tiernas, mientras su rostro desaparecía bajo la corteza, mientras sus piernas se fusionaban y de sus pies nacían raíces que se asentaban firmemente en el suelo.
Se abrazó llorando a su cintura, sin dejar de repetir su nombre y de suplicarle que no se fuera, que no la dejara. Pero ni sus ruegos ni sus lágrimas lograron detener la transformación, y cuando el sol ya se alzaba en lo alto, ella yacía a los pies de un árbol joven que erguía sus ramas con orgullo.
Lo contempló, con el rostro todavía húmedo. Era uno de los árboles cantores, y sus hojas se elevaron buscando el viento para generar una dulce melodía llena de nostalgia y melancolía.

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